La fiera del hambre continúa atada en su tortuoso redil. El domador fustiga aún más a la fiera, generando nuevas y jugosas ganancias para el circo que devasta los senderos que transita. La carpa es compartida por opulentos comensales que discursan, entre ellos, su desdeñosa capacidad falaz sumida en el reparto de sus botines aviesos. La perpetuidad es el objetivo que goza de consenso y el privilegio un estandarte sostenido en el acuerdo.
La bestia del hambre incrementa sus caudales y el instinto perpetúa su inacción.
El hijo muere. El abuelo fenece. El padre se resigna, incomprensiblemente. Él y su esposa aún guardan algunas defensas en sus cuerpos amurallados de pobreza. Sólo se llora. Luego se olvida. Y la cruz de madera promete nuevas generaciones de corderos entrampados.
Nadie esgrime la venganza del dolor que otro desprecia. No existe sucesión de cargo que redima el infausto destino. El grito desesperado lucrará conmiseraciones en medios informáticos y un puntero avezado repartirá la misérrima nutriente llegada de los bajos. La comida para harapos enarbolará una sonrisa desdentada y cinco dedos descalcificados se aferrarán, más que nunca, a la cuchara de madera.
Las imágenes se transmiten a modo de bonanza asistencial. Un placebo que no alcanza a soportar el llanto de la inedia crónica e ignorada.
En los vistosos despachos que gobiernan, el eco recuerda las infamantes palabras de quien nos representa en un mercado de Abasto desplomado: “¡Si yo no estaba en campaña de entrada, ¿por qué lo dije?, porque estaba convencido que podía ser!”. Y antiguas frases se van sucediendo tras los pasos perdidos de la hipocresía actuante.
Todo se ceba en una paz sostenida con alfileres. Nadie mata por hambre. Únicamente el dinero asegura nuevas víctimas inocentes. La cooperativa criminal está en busca de socios capaces de sobrellevar planes de magnitudes insospechadas. Secuestros, decretos de expropiación, venta de donaciones, apoyo sostenido al contrabando letal y lucrativo, sofisticadas entregas del patrimonio nacional, acuerdos corporativos fraudulentos y un sinfín de pormenores delictivos que atenten contra la indefensa mayoría.
En definitiva, estamos en manos de los mismos, pero potenciados por la contrapartida que significa el empobrecimiento de un país sin rumbo, lo que provocará despropósitos más cruentos y desopinados.
La fiera del hambre aún persiste en continuar atada al redil tortuoso. Es probable que algún día concluya con su hastío.