La mayor utopía de mi vida fue haber pretendido ser un hombre afortunado. Tal vez fui concebido por el mágico encanto de las casualidades, en una noche de eclipse lunar. Sin embargo la vida me dio un don y es el vivir. Padecí el desamor, el engaño, la traición, la injusticia; y la realidad me amputó mi verdadera vocación.
Y a pesar de que remé con fuerzas, el torrente fue más poderoso y me varó en playas que me costaron mucho transitar. Lo único que hice fue dejar constancia, en mi bitácora, de los accidentes que quebraron mi timón; de los ideales inalcanzables, que aún siguen siendo ideales; de los errores, que fueron producto de mi ingenuidad e inexperiencia, y algunos datos obtenidos de aquellos sabios circunstanciales que descargaron su andanada de vivencias, igualmente frustrantes y doloridas.
Me otorgaron el trofeo que representaba tener que asumir que uno está solo en el mundo, y que uno solamente puede elegir con quien compartirlo, siempre y cuando el otro también acepte.
Quiero dar lo que otros me negaron, pero la gente está ausente o no le interesa.
O tal vez no puede entregar lo que no aprendió.
Viví mil circunstancias inconclusas que no hacen a una completa. Algunos lectores de la mente interpretan que es falta de madurez. Y pueden que en parte tengan razón.
Entonces ¿qué hago con mi extensa bitácora? ¿cuáles tomos debo arrojar a las llamas? ¿qué significa recrear?.
¿Será acaso refundar........volver a nacer......eliminar las neuronas que constituyen mi memoria?.
Quizá me defiendo con la energía, con mi enjundia, dado que no creo en la esperanza como resolución de vida.
Porque la esperanza depende del condicionamiento de muchos y yo sé que estoy solo.
Soy un símbolo de orfandad, un fiel exponente de lo absoluto.
Si yo no me tengo no puedo razonar el sentido de la vida.
Si yo no me siento no podría trascender sensiblemente en mis espacios de vida. Y aunque esto no le interesa a los otros, no importa. Me acepto. Me critico. Me pienso. Me sumerjo a la fe que mi conciencia aspira.
Mi Dios es el referente de mi existencia, porque yo lo creé para ayudarme a comprender lo incomprensible.
Tal vez la historia, las diferentes escuelas filosóficas y científicas no sean más que las causales que el ser humano precisa para eternizar su existencia abstracta.
Quizá la vida es como decía Ameghino: Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, como si esto fuera el símbolo referencial del pasaje por la vida.
Todo esto lo he hecho. Y sin embargo la inmensidad no me contiene. Es probable que el sentido de inmensidad es ser solamente uno en varios, como un espejo roto en cien pedazos en donde cada una de esas partes diseminadas, reflejan la misma imagen, y en cada espacio el dolor de lo perdido.