Adolfo M. Vaccaro Sitio oficial

La bóveda infinita presenta su boteal lumínico, acompañando el cenutrio pasaje de las horas. La instancia flébil acorrala los sueños nuevamente postergados, cerneando cada imagen que acude presurosa como una visión siniestra, capaz de quitarle sentido y trascendencia a cada nueva rendición anticipada.

Son los tiempos que imperan, sustrayendo esencia y esperanza, dando paso al jinete que ejerce esa coalescencia de miseria, peste, guerra y muerte.

Es en ese preciso momento que tu rostro aparece, sustrayéndome de la apostasía que envuelve a mi alma, entregándome tu boca tibia, el candor de tus brazos y el surgente palpitar de tus expuestos deseos. Entonces la luz ingresa por mi plasma, ofreciendo sensaciones que puedo complanar, y así propiciar el ofertorio que se transmuta en nueva y jubilosa fe, envolviendo a mi espíritu de originales dulcedumbres.

Desbrozando las amarillentas páginas de un árbol ya sin savia, el milagro de tu ser promete liberarme del dogal que mis recuerdos devastaron. Y la bóveda infinita se torna en poros de tu piel y el lumínico boteal en el mirar de tus almendras derramadas descubriendo, nuevamente, mi cuerpo renacido.

Entonces lo flébil se multiplica, pero sujetado a la felicidad del tenerte.